Imitemos a Haití

Margarita Cordero

República Dominicana.-Tengo la impresión, quizá equivocada, de que nuestro desprecio por Haití nos consume tantas neuronas que las restantes no nos alcanzan para entender qué está pasando al otro lado de la frontera. A los neonacionalistas, , que no se distinguen por la inteligencia, les placería que la realidad confirmara sus prejuicios: Haití está más cercano al homo antecesor que al homo sapiens. Lo disfrutarían muchísimo, pero no, esa no es la realidad. Y cuidado con nosotros.

Considerado un Estado fallido plus ultra por quienes tienen en la sociología una explicación para todo, Haití es hoy, ciertamente, un Estado cojo, pero agarrado firmemente a sus muletas con las que camina hacia el futuro con un paso –que puede ser de tortuga, pero es— que pocos quieren ver. Y esta ceguera es literal, no metafórica.

El desprecio por Haití tiene muchos ropajes. No está solo el del esperpéntico grupo santiaguero (de cuyos auspiciantes sospechamos la identidad) que lanza consignas de una cerril ignorancia. Solo dan pena y vergüenza ajena. En el armario está también el que utilizan los empresarios locales frente a las medidas que, en ejercicio pleno de su soberanía, ha adoptado Puerto Príncipe durante los últimos meses, afectando los intereses ¿dominicanos? En otras circunstancias menos riesgosas para sus bolsillos, imaginamos las sobremesas de estos empresarios –la imaginación es casi siempre febril— criticando la “antecesoridad” del homo haitiano con el que tienen que lidiar por obligación en sus pingües “intercambios” comerciales. En la realidad, que permite menos fantasías, los vemos reaccionar con iracundia, invocando a todos los dioses del mundo globalizado y arbitrado por entidades supranacionales convertidas en tótems… cuando conviene.

El último match son los plásticos. Haití viola, dicen los empresarios dominicanos e incluso la Cancillería, el sacrosanto vademécum de la Organización Mundial del Comercio y los convenios, tratados, etc., de la que es compromisario en este agitado escenario internacional. Quizá sí, pero el problema es que Haití no anda descaminado respecto a las tendencias de protección ambiental que se generalizan en Europa.

En el llamado Libro Verde sobre una estrategia europea frente a los residuos plásticos en el medio ambiente, editado en marzo de este año, se dice claramente en la página 18: “Desde el punto de vista de la prevención de residuos y la utilización eficiente de los recursos, es aconsejable adoptar medidas para evitar la proliferación de productos desechables de corta vida o de un solo uso (como las bolsas de plástico), sobre la base de un análisis del ciclo de vida (ACV) y un análisis de la huella ecológica de los productos”.

Italia, Escocia, Irlanda, Suiza, Alemania, Francia, Gran Bretaña y Dinamarca, en Europa; Brasil, Buenos Aires y Ciudad México, en Latinoamérica, han limitado la utilización de fundas plásticas en los supermercados. China y Taiwán, en Asia, y Ruanda y Sudáfrica, en África, las han prohibido de manera terminante. Es posible que la información esté desactualizada porque las políticas de preservación del medio ambiente tienen un ritmo acelerado que sobrepasa cada día las estadísticas.

Por tanto, Haití no inventa pretextos para su “conspiración” contra los industriales del plástico dominicano. Cada año, la industria del vecino país produce más de 110 millones de toneladas de estos productos. De octubre de 1996 a febrero de 1998, importó más de 2,755 toneladas, cantidad que, según expertos citados por medios haitianos, se ha triplicado desde 2010. Es decir, casi 8,265 toneladas de plásticos llegados del exterior más el producido localmente. Para un país con gravísimos problemas ambientales, es demasiado, c’est trop, li sispann twò. 

En la República Dominicana, tan poco afecta a las estadísticas confiables, solo en 2009 se importaron “US$724 millones en productos plásticos, según el Centro de Importación e Inversión de República Dominicana (CEI-RD), y la mayor parte de este material, derivado del petróleo y no biodegradable, acaba esparcida en suelos y acuíferos, un problema que se puede apreciar a simple vista en la playa de Güibia y en el drenaje de Santo Domingo”, dice una información de la revista La Lupa, firmada por Nicanor Leyva, que no ofrece datos sobre lo consumido de producción local por el mercado. 

¿Cuándo el homo sapiens dominicano y su gobierno tendrán la precaución del homo antecesor haitiano y, en un carismático arrebato frente a lo europeo, echarán una miradita al Libro Verde y prohibirán en el país el uso del contaminante plástico? Nuestros languidecientes ríos, para citar solo un puñado pequeñísimo de beneficiarios, lo agradecerán desde el corazón de sus aguas.

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