Nota para el conocimiento, análisis y comprensión del Himno Nacional dominicano

« El Himno Nacional es la composición musical de José Reyes con letras de Emilio Prud – Homme, y es único e invariable» Constitución de la República Dominicana. (Artículo 33)

Domingo Caba Ramos
Especial/Noticias A Tiempo
E-mail: josemlct11@hotmail.com

¿Qué sabe el dominicano promedio acerca del Himno Nacional? ¿Sabrá que su estructura poética está conformada por doce estrofas y no por las cuatro que se cantan? ¿Sabrá por qué razón no se interpretan todas las estrofas? ¿Habrá leído alguna vez las ocho estrofas restantes? ¿Habrá leído y analizado completamente el Himno con el fin de desentrañar el contenido profundo latente en sus versos? En fin, ¿sabe cada dominicano que canta o tararea su himno, qué se dice en cada uno de sus versos?

UN POCO DE HISTORIA.

EL Himno Nacional Dominicano, composición consagrada por la Ley No. 700, de fecha 30 de mayo de 1934, es una composición lírico – épica compuesta en 1883 por el abogado, maestro y poeta puertoplateño, Emilio Prud – Homme (1856 – 1932) y el músico José Reyes (1835 – 1905). Contrario a lo que podría pensarse, la música del Himno fue escrita primero que sus letras.

Se tocó por primera vez el 17 de agosto de 1883 en una velada que celebró la prensa nacional en la Logia Esperanza, Santo Domingo, para celebrar el vigésimo aniversario de la Restauración de la Republica Dominicana; pero su lento proceso de popularización se llevó a cabo a partir del 27 de febrero de 1884, fecha en que se realizó el traslado al país de los restos de Juan Pablo Duarte, fallecido en Caracas, Venezuela, en 1876. Ese día, el Himno Nacional se tocó durante todo el recorrido que llevó los restos del patricio desde el puerto de Santo Domingo hasta la Catedral Primada de América.

En los diez primeros años de su creación, el Himno tuvo muy poca difusión, vale decir, solo se escuchaba en la capital de la República y en días tan especiales como el 27 de febrero y el 16 de agosto de cada año. Al decir del maestro José de Jesús Ravelo, es a partir del año 1894 cuando se inicia el verdadero proceso de difusión del canto patriótico, debido a las múltiples ocasiones que hubo que interpretarlo para solemnizar los diversos actos organizados para celebrar el cincuentenario de la Independencia Nacional.

En 1897, el Congreso Nacional, luego de encendidas discusiones, resolvió aprobarlo como Himno Nacional de la República Dominicana. El general Ulises Heureaux (Lilís), entonces presidente del país, y entre cuyos desafectos políticos se contaba a Emilio Prud – Homme, engavetó, en lugar de promulgar la pieza legislativa, concediéndole así al tirano Trujillo la honrosa oportunidad de declarar oficial el himno, al promulgar, el 30 de mayo de 1934, la ley que durante treinta y siete años había permanecido engavetada.

No fue este, sin embargo, el primer canto patriótico dominicano. En marzo de 1844, días después de proclamada la Independencia Nacional, el poeta y patriota Félix María del Monte (1819 -1899) y el coronel músico, Juan Bautista Alfonseca (1810 – 1875) compusieron el himno que nuestra historia literaria registra con los títulos de “Canción Dominicana” o “Himno a la Independencia”. Este himno, talvés por su esencia más antihaitiana y prohispánica que dominicana, caló muy poco en el gusto y sentimiento del pueblo. Esa ausencia de dominicanidad es posible apreciarla, por ejemplo, en el primer verso del patriótico texto, en el cual el poeta llama “españoles” a los dominicanos:

« Al arma españoles, 
volad a la lid, 
tomad por divisa, 
vencer o morir»

Lo contrario sucede con el himno de Prud – Homme, en cuyo primer verso se emplea nuestro original e histórico gentilicio: “Quisqueyanos “.

«Quisqueyanos valientes, alcemos,
nuestro canto con viva emoción…»

Acerca de Prud - Homme y su Canto a la Patria, apunta Carlos Federico Pérez lo siguiente:

« Sin embargo, fue su estro el que acertó con el tono vibrante, pleno de sonoridades, del Himno Nacional. Si a esta pieza ha de asignársele una filiación literaria, desde luego que le convendría la romántica, por su calidad en la expresión del entusiasmo patriótico, al unísono con el fervor por la libertad» (Evolución poética dominicana, 1987, p.202)

¿De qué trata el Himno? ¿A qué realidad alude? ¿Qué ideas intenta transmitirnos el autor en los cuarenta y ocho versos que lo conforman? ¿Cuándo y dónde debe tocarse el Himno?

El Himno Nacional dominicano, como ya escribimos al inicio del presente ensayo, es un canto lírico – épico. Lírico, porque en la mayor parte de sus versos se invoca, alaba, exhorta, valora, excita, se despierta sentimientos y aparece plasmado el yo particular del poeta. Épico, porque en dicha composición, se alude a varios de los hechos que se desarrollaron en nuestras dos principales gestas independentistas: la Independencia Nacional y la Restauración de la República Dominicana. Una independencia cuyo logro el poeta invita (primera estrofa) a celebrar cantando valientemente nuestro Himno y mostrándole al mundo orgullosamente nuestra bandera:

“Quisqueyanos valientes, alcemos
nuestro canto con viva emoción,
y del mundo a la faz ostentemos,
nuestro invicto, glorioso pendón”. 

Y acto seguido (segunda estrofa) eleva su voz de alabanza y reconocimiento a los dominicanos que de manera intrépida arriesgaron sus vidas y desafiaron la muerte en pos de ver a su patria “libre e independiente de toda potencia extranjera” como bien lo había soñado y proclamado el patricio Juan Pablo Duarte:

“¡Salve! el pueblo que, intrépido y fuerte,
a la guerra a morir se lanzó,
cuando en bélico reto de muerte 
sus cadenas de esclavo rompió”.

Y así como ensalza el comportamiento de esos valientes patriotas, condena ácremente (tercera estrofa) a quienes proceden de manera indiferente, a los indolentes o que muy poco parece importarles el destino de la Patria, y a los que colaboran o se inclinan servilmente, en vez de combatirlo, frente al intruso que los pisotea, razones por las que entiende no merece ser libre un país poblado por ciudadanos en cuyos pechos no arde el fuego del patriotismo.

“Ningún pueblo ser libre merece
si es esclavo, indolente y servil; 
si en su pecho llama no crece
que templó el heroísmo viril”. 

Pero la República Dominicana no es uno de esos pueblos indiferentes, indolentes y serviles. Los dominicanos siempre permanecerán alertas, altivos, con la frente en alto y decididos a defender la soberanía nacional cuantas veces botas extrañas intenten pisotearla, esclavizarla, mancillarla y arrebatárnosla. Así lo expresa el poeta en la cuarta estrofa:

“Mas Quisqueya la indómita y brava 
siempre altiva la frente alzará; 
que si fuere mil veces esclava
otras tantas ser libre sabrá” 

Después de proclamada la Independencia Nacional la noche del 27 de febrero de 1844, el haitiano invasor no se amilanó o dio por vencido. Se marchó a su tierra natal y organizó los ejércitos que pronto regresarían con miras a rescatar el terreno perdido. Es entonces cuando estallan en la recién fundada República las llamadas guerras de independencia. Esas batallas, ganadas todas por las liberadoras fuerzas dominicanas , fueron las siguientes : Fuente del Rodeo, Cabeza de las Marías, 19 de marzo, 30 de marzo, El Memiso, Tortuguero, Cachimán, La Estrelleta, Beller, El Número, Las Carreras,Santomé, Cambronal y Sabana Larga. A dos de estas bélicas contiendas se refiere Prud – Homme en la quinta estrofa de su himno:

“Que si dolo y ardid la expusieron 
de un intruso señor al desdén,
¡Las Carreras! ¡Beller! … campos fueron
que cubiertos de glorias se ven”.

En el Himno (sexta estrofa), además de las gestas gloriosas, se loa a los patricios que desarrollaron la heroica misión de encender la llama del patriotismo y la antorcha de la libertad:

“Que en la cima de heroico baluarte,
de los libres el verbo encarnó,
donde el genio de Sánchez y Duarte 
a ser libre o morir enseñó”. 

El 18 de marzo de 1861, cinco años después de haberse librado la última guerra contra los haitianos (la célebre Batalla de Sabana Larga), el presidente de turno, Pedro Santana, decide, inconsultamente, proclamar la anexión de la República Dominicana a España, echando al suelo, de esa manera, la independencia que veintisiete años antes había sido proclamada. Dos años después, el 16 de agosto de 1863, un reducido grupo de patriotas encabezados por el general Santiago Rodríguez, se reunió en el cerro de Capotillo, bajó del asta la bandera española y enarboló la tricolor dominicana, iniciándose así lo que nuestra historia patria registra con el nombre de Guerras de Restauración. Tal idea aparece épicamente relatada en la séptima estrofa del himno que nos ocupa:

“Y si pudo inconsulto caudillo
de esas glorias el brillo empañar, 
de la guerra se vio en Capotillo
la bandera de fuego ondear”. 

Uno de los recursos tácticos utilizados por los combatientes dominicanos en la guerra restauradora, consistió en incendiar poblaciones enteras con el propósito de dificultar el paso y libre accionar del ejército español. Quemada resultó la ciudad de Santiago por orden del general Gaspar Polanco, e incendiada fue también, días después, la ciudad de Puerto Plata. Estas y otras acciones bélicas ejecutadas por las tropas restauradoras, obligaron al gobierno español a emitir (3 de marzo de 1865) el decreto mediante el cual se anulaba la anexión y se ordenaba a las tropas españolas el retiro inmediato de la República Dominicana. Una vez más, nuestro ejército libertador resultó triunfante, y con el triunfo volvió a flotar, en el cielo de Quisqueya, el lienzo tricolor ideado por Juan Pablo Duarte. La octava estrofa del Himno así lo parece reseñarlo:

“Y el incendio que atónito deja 
de Castilla al soberbio león, 
de las playas gloriosas se aleja, 
donde flota el cruzado pendón”.

Luego de esta jubilosa y triunfante relación, el tono lírico de la composición reaparece y se eleva con emoción inocultable en las estrofas finales:

a) Para invitar a cada dominicano (novena estrofa) a conservar su orgullo nacional y mantener siempre en alto su frente, y estar, en todo momento, listo para enfrentar con valentía y bravura, a toda fuerza extraña que intente nuevamente mancillar nuestra soberanía o aplastarnos con el ímpetu de su poderío.

“Compatriotas, mostremos erguida, 
nuestra frente, orgullosa de hoy más; 
que Quisqueya será destruida 
pero sierva de nuevo, jamás”.

b) Para recordarnos ( décima estrofa) nuestra tradición de pueblo intrépido e invencible, que prefiere morir luchando con el propósito de lograr su libertad, en lugar de arrodillarse ante el enemigo que pretende esclavizarlo :

“Que es santuario de amor cada pecho, 
do la patria se siente vivir;
y es su escudo invencible, el derecho, 
y es su lema: ser libre o morir” 

c) Para invitar ( undécima estrofa) a los dominicanos a rememorar las acciones guerreras, “el clarín de la guerra”, cuyos triunfos sirvieron de base de sustentación a la independencia lograda :

“¡Libertad! que aún se yergue serena 
la victoria en su carro triunfal 
y el clarín de la guerra aún resuena 
pregonando la gloria inmortal”.

d) Para en aras de fortalecer nuestra conciencia libertaria ( duodécima estrofa), invitamos, por fin, a pregonar y repetir, pletórico de emoción, el eco libertador que aún parece escucharse en los campos de batallas :

“¡Libertad! Que los ecos se agiten
mientras llenos de noble ansiedad 
nuestros campos de gloria repiten, 
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

¿POR QUE SOLO SE INTERPRETAN LAS CUATRO PRIMERAS ESTROFAS DEL HIMNO?

Como son tantas las versiones que, sin fundamento alguno, al respecto se han dado a conocer, procedí a consultar o recabar el parecer de una voz autorizada, la del historiador y laureado tenor dominicano, Arístides Inchaustegui Reinoso, con el fin de obtener de él la respuesta que más se corresponda con la verdad del caso. Inchaustegui, en su rol de cantante lírico, ha tenido que interpretar el Himno Nacional en múltiples ocasiones; pero además de cantarlo, es el dominicano que más ha investigado la historia de nuestro canto a la Patria.

De inconmensurable valor y fuente necesaria de consulta es su muy documentado ensayo “Apuntes para la historia del Himno Nacional Dominicano”, publicado primero en el Suplemento sabatino del Listín Diario (1974) y luego en la revista Eme – Eme, Volumen 111, No.17, UCMM, 1975. Según este investigador, razones de seguridad motivaron que durante el gobierno de Trujillo se recortaran las estrofas del Himno para de esa manera reducir el tiempo de su ejecución.

"Trujillo – expresa Inchaustegui – fue quien oficializó el Himno el 30 de mayo de 1934 ; pero al ser tantas las estrofas que lo conforman, se consideró que el dictador no podía permanecer por tanto tiempo, inmóvil, de pie y expuesto al público, a que terminara de tocarse, ya que eso ponía en riesgo su vida . Para reducir el tiempo de su interpretación, se determinó tocar solamente las cuatros estrofas iniciales".

Un minuto y veinticinco segundos es el tiempo promedio de duración del Himno Nacional. Si se tocara completo duraría cuatro minutos y quince segundos.

¿DONDE Y CUANDO DEBE INTERPRETARSE EL HIMNO?

No existe una ley ni una disposición oficial (decreto, resolución, ordenanza, etc.) que prescriba el uso del Himno Nacional Dominicano o que establezca cuándo y dónde debe tocarse este. Y como a nadie se le puede impedir de hacer lo que la ley no prohíbe, el Himno puede ser interpretado en todo momento y en cualquier lugar. Ni siquiera nuestra Carta Magna establece nada a respecto. Lo único que en este texto se lee acerca de la patriótica composición de Reyes y Prud – Homme es la escueta o brevísima descripción que a continuación se transcribe: « El Himno Nacional es la composición musical de José Reyes con letras de Emilio Prud – Homme, y es único e invariable» (Artículo 33).

Con los otros dos símbolos, el Escudo y la Bandera Nacional, sucede exactamente lo mismo. El uso de uno y otro no está reglamentado desde el punto legal, y en la Constitución de la República (Artículos 31 y 32) solo aparece una breve descripción acerca de cada uno de ellos. Debido a esa ausencia de prescripción jurídica, no resulta extraño presenciar, con inmenso pesar y no menos rabia, a nuestra enseña tricolor flotando en el patio de un prostíbulo o cubriendo el ataúd en cuyo interior yace el cadáver de un delincuente.

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