Y el criticón: ¿será usted?
En una tertulia informal, un amigo decía conocer a alguien que nunca estaba de acuerdo con nada. Pedro –me expresó- ese individuo cambia de opinión con tal de llevarle la contraria a la mayoría, y antes de cualquiera terminar de exponer una idea, ya la está enfrentando. Y para colmo –prosiguió- lo hace con tanta frecuencia, que ni se percata de ello, esto lo convierte en un embustero profesional, en un ser sin convicciones, en un necio “daña ambiente”.
Entre risas y complicidades, pues algunos sabíamos a quién se refería, afirmó que cuando nuestro protagonista entraba a las redes sociales, hablaba mal de todo y de todos, lanzando dardos envenados por doquier, con intrigas, manipulaciones y falsedades; que en los grupos se destacaba por su espíritu de contradicción, por lo que poco a poco se estaba quedando solito, pues los individuos negativos y “jabladores” cansan, nos colman la paciencia tarde o temprano.
Como no era un monólogo, intervine. Escucha –inicié- presumo que es inevitable que ustedes se encuentren y compartan, entonces trata de estudiarlo, que de toda conducta humana podemos aprender mucho. Cada actuación que observamos puede enseñarnos a superarnos, a entender lo bueno y la malo, a discernir, a elegir lo adecuado, a ser íntegros y felices, a sabiendas de que la honestidad y la alegría no son incompatibles, que al contrario, son un hermoso y agradable complemento.
Abogado al fin, mis palabras seguían corriendo, y sugerí que lo razonable era resaltar lo positivo de las personas, de las instituciones y de lo que ocurriera en nuestro entorno y más allá, eso sí, manteniendo el sentido crítico, convencidos de que en la vida todo necesitaba fluir, desarrollarse y, en algunos casos, desaparecer, y que por ello debíamos evitar a los censuradores inmisericordes de la condición humana y de sus medios de desarrollo.
Afirmé que desconfiaba de los que veían sombra en cada actuación de los demás, como si la luz fuera exclusiva de ellos, que no me simpatizaban los rostros amargados que se consideraban santos con derecho a juzgar conductas ajenas, cuando en realidad se comportaban como diablitos cuando tenían la oportunidad de decidir.
Y concluí llamando a valorar el lado amable de las cosas, esforzándonos siempre por mejorarlas, sin ser conformistas que eso no era propio de un hijo de Dios, y que nos alejáramos de quienes eternamente buscaban pleitos e inventaban faltas en el prójimo y en las organizaciones de la sociedad, porque además de que nos deprimían, azaraban nuestra existencia.
Llegó el turno de los demás, pero pronto hubo silencio cuando de la nada apareció el criticón y enfrentó sin piedad lo que dije. Y se desbarató la junta.
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