¡Ay de los domesticados!
Pedro Dominguez Brito
Especial/Noticias A Tiempo
E-mail: josemlct11@hotmail.com
Si usted es esclavo, no lea esto. Los animales domesticados dependen del amo para subsistir. Los alimentan o los dejan pasar hambre, les dan cariño o lo descuidan. Son el reflejo del propietario. Solo reciben y lo que ofrecen es propio de su naturaleza o temperamento, no de su elección consciente.
También hay humanos domesticados, seres rendidos antes de iniciar la batalla. Carecen de vuelo propio y de personalidad definida. Son masa que moldean con facilidad, a merced del capricho del panadero, pues no tienen consistencia y para colmo tampoco sabor. Viven de instintos, de actos silvestres, donde apenas sus risas los definen como bípedos en la escala superior de la creación.
El humano domesticado gatea en la pista, y continúa así eternamente, arrastrándose, sin lograr estar erguido, sin conocer la palabra meta. Se conforma con mirar al suelo, con miedo de observar las alturas y de respirar al compás de un ánimo libre y optimista. Se le somete y jamás protesta, tiene mucho de masoquista, carece de ímpetu, y por ende, de imaginación, de entusiasmo, de ganas.
El humano domesticado sólo es protagonista de este artículo, porque yo quiero. Fuera de aquí, ni sobra ni falta, ni huele ni “jiede”. Su cara no se recuerda. Su presencia no se nota aunque ande vestido de “lechón cuajao” en un velorio de campo.
Estamos en una época de seres domesticados, hombres y mujeres atados a enormes horarios de ocio intelectual y de bombardeos a la ética, incapaces de construir, que se conforman con un sueldito, con ir al baño por las mañanas, sin hacer un razonamiento útil durante todo el día. ¡Ay, son personas embotadas, cuyo cerebro y corazón se quedaron cual lápiz sin punta!
Somos el producto de informaciones interesadas que nos anulan el juicio y nos convierten en esclavos de lo superfluo, de lo barato. Compramos disparates, nos desvivimos por tonterías y nos atormenta lo insignificante. Y pasamos por la tierra buscando que nos den forma, sin tocar nunca el fondo. Nos dejamos guiar sin protestar, sumisos en grado sumo, como si fuésemos marionetas con bozales. Hay humanos tan domesticados que de tan poco usar su imagen la han borrado y ni su sombra los sigue.
La docilidad absoluta atormenta, inspira lástima. En la vida debemos estar dispuestos a rebelarnos, a ser auténticos, a contradecir, a equivocarnos. Hasta tener nuestra pequeña dosis de salvajismo y de locura puede ser efectivo. Actuemos siempre respetando la moral universal, asumiéndola en cada acto de nuestra existencia. Y si caemos, nos levantamos y seguimos con más fe.
Evitemos ser domesticados. Dejemos huellas positivas en nuestro caminar. Seamos fuertes de espíritu, siempre guiados por ideales grandes, nobles y puros.
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