Juan Bosch, revolucionario ejemplar y caribeño universal

Fidel Castro y Juan Boch en 1998.
Hassan Pérez Casabona
Fuente, http://www.trabajadores.cu/

A pesar de ser un hombre curtido por los avatares de la vida su respiración, aquella apacible noche veraniega, poseía un ritmo totalmente inusual. En verdad no había que preocuparse, pues el corazón del insigne revolucionario latiría vigoroso durante mucho tiempo. Realmente la falta de aire era provocada por la emoción de participar en la ceremonia solemne recién concluida.

¿Quién le habría dicho en la década del 40 que este país, que lo acogió como un hijo durante diecinueve años, le otorgaría su condecoración más alta? ¿Hubo alguien capaz de imaginar, que tan extraordinario reconocimiento lo colocaría sobre su pecho Fidel Castro, el joven fogoso que en 1947 se enrolara con decisión admirable junto a él en la expedición de Cayo Confites?


Para entender su júbilo aquel 11 de junio de 1988, en que recibió en el Palacio de la Revolución la Orden José Martí, debemos al menos esbozar algunos de los momentos fundamentales de su existencia, así como acercarnos someramente a los nexos inquebrantables que, a lo largo del tiempo, estableció con nuestro país.

La vida azarosa de Juan Emilio Bosch Gaviño es digna, como la del resto de los patriotas continentales, de una novela o de ser llevada al celuloide. Hijo del catalán José Bosch Subirats y de la puertorriqueña Ángela Gaviño, vino al mundo en predios de La Vega, en la República Dominicana, el 30 de junio de 1909. Fue un niño inquieto, con marcada inclinación por la lectura si bien, como el resto de los infantes de la pequeña comunidad rural de Río Verde, donde vivió durante sus primeros años, estaba en contacto con la naturaleza y participaba de los juegos predominantes en la época. 

Impresiona saber que alguien de su estatura intelectual solo pudiera culminar, al menos inicialmente, el tercer nivel de bachillerato, pues con su obra ulterior rebasó con creces los títulos que, en la juventud, se adquieren en universidades e institutos. Sin duda que en el desarrollo de su fértil imaginación mucho tuvieron que ver los múltiples recorridos que realizó por las más variadas latitudes. Ese sería un rasgo, el de viajero impenitente, que lo marcaría, aún sin saberlo, desde que en 1924 se trasladara hacia la capital quisqueyana, como preámbulo de su primer acercamiento, cinco años después, a tierras españolas, venezolanas y de otras islas de las Antillas Menores.

Al regreso a Santo Domingo, en agosto de 1931, encontró que su patria comenzaba a ser maniatada por el sátrapa Rafael Leónidas Trujillo, amordazamiento que se prolongaría hasta el 30 de mayo de 1961 en que un comando ajusticiara al dictador. Cada día transcurrido de esos seis quinquenios encontró a Bosch enhiesto, desde diversas trincheras, en el combate contra el energúmeno que sometió al pueblo dominicano a la más terrible represión, sumiéndolo asimismo en una pobreza atroz.[i]

Con apenas veinticuatro años publicó el libro de cuentos Camino Real.[ii] Nunca, en lo adelante, dejaría de compartir con sus semejantes vivencias y reflexiones sobre los más inverosímiles acontecimientos históricos, políticos y culturales en los que se vio inmerso. Al extremo que más de medio centenar de obras emergieron de su pluma, evidenciando la incorporación de nuevos conceptos que brotaban a la letra impresa con madurez acrecentada. Bosch, en ese como en otros muchos aspectos, es heredero de la definición martiana de que la educación comienza en la cuna y termina en la tumba.

Uno de los rasgos que caracterizó su vida, sobre todo hasta la elección como presidente, fue la capacidad de simultanear las más variopintas profesiones con su vocación incalificable por la escritura. Mientras permaneció en Cuba laboró como vendedor de productos farmacéuticos, buscador de anuncios para la prestigiosa revista Bohemia y editor de libros y periódicos. Ganó además concursos literarios (entre ellos el Premio Alfonso Hernández Catá” por su cuento “Luis Pie”) y participó en la elaboración de la Constitución de 1940.[iii]

Pocos conocen, de igual forma, que Bosch escribió el guión de dos programas para la antigua emisora CMQ: Forjadores de América y Memoria de una dama cubana. Como decenas de creadores estaba obligado a vender personalmente los libros que redactaba. En nuestro país encontró hospitalidad y cariño, hasta que la represión desatada en su contra lo obligó a marcharse en 1958.

 Desde el prisma de organizador de agrupaciones políticas fundó, en 1939, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), esencialmente concebido para derrocar a Trujillo y al igual que hiciera su antecesor cubano creado por Martí el 10 de abril de 1892, con la intención de obtener la independencia de Puerto Rico, pelear en esta oportunidad por la desaparición de todos los regímenes de oprobio impuestos violentamente en el Caribe.

 Esta organización llegó a disponer de varias células en la región, incluyendo los Estados Unidos. Fue precisamente mediante ella que llevaron adelante la frustrada expedición de Cayo Confites. Al frente de la misma arrasó en las elecciones de 1962, las primeras tras la muerte del dictador, ganando veintidós de los treinta y un escaños del Senado y cuarenta y nueve de los setenta y cuatro puestos de la Cámara. [iv]

A continuación del golpe de Estado ejecutado en su contra el 25 de septiembre de 1963 con el contubernio de la cúpula militar, la jerarquía eclesiástica y lo derecha reaccionaria, que no aceptaba las transformaciones democráticas que su gobierno impulsó (a lo que hay que añadir el influjo de las tenebrosas misiones de espionaje y aliento subversivo que estableció el gobierno yanqui mediante su oficina diplomática)[v] y, especialmente, de la ocupación perpetrada por 42 mil marines yanquis en 1965 -para doblegar la “Revolución de Abril” que tuvo en el inolvidable coronel Francisco Caamaño Deñó su figura paradigmática-, Bosch interiorizó con mayor elocuencia que resultaba impostergable ahondar los conocimientos políticos del sufrido pueblo dominicano. Meditando en ello fue que decidió emprender dicha batalla, de innegables dimensiones ideológicas, comenzando por su propio partido.

Alejado otra vez de su país físicamente, nunca perdió el hilo que lo conectaba a la realidad quisqueyana, ni en el contenido ni en la formas consustanciales a la esencia de los habitantes de esa nación. Reflexionó en Europa sobre las urgencias que planteaban los tiempos modernos, en cuanto a las infraestructuras de organización política y la participación ciudadana en el ejercicio del poder.

Entonces, sin amilanarse a sus 64 años, optó por renunciar a su condición de Presidente y miembro del PRD. Era el 18 de noviembre de 1973. Con el ímpetu de un imberbe que debuta ilusionado a la política en los predios universitarios, treinta y dos jornadas después, exactamente el 15 de diciembre, procreó el nuevo aparato de combate: el Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

Pese a contratiempos en las urnas el recio pensador, ya con la cabellera completamente de blanco, no se retiró a lamentarse ni se resignó a abandonar las batallas que le correspondían. Así, reguardado con la coraza infranqueable que proporciona la honestidad, prestó su verbo y pluma a causas internas y extrafronteras con el entusiasmo acostumbrado.

Se le vio -su sola presencia era un puñetazo al mentón de los cipayos que pululaban en los suelos latinoamericanos- en las sesiones del Tribunal Russell II, acusando a los reptiles dictatoriales que, mediante la concertación Cóndor y otros engendros, arrancaron la vida a miles de compatriotas en la patria grande.

En Quito, la cuna del inmenso Eloy Alfaro, se recuerda su participación en la audiencias desarrollada en el Teatro de la Universidad Central de Ecuador, el 11 de febrero de 1984, convocada por el Tribunal Antiimperialista de Nuestra América (TANA); espacio de reflexión encabezado por el también combatiente imprescindible, y ex canciller guatemalteco, Guillermo Torriello.

Ninguna injusticia dejó de recibir su condena militante. Uno de los casos en que más brilló su ejemplo, fue cuando se intensificaron las agresiones contra la Nicaragua sandinista, con la llegada al Salón Oval de Ronald Reagan. Desde la Managua libre rojinegra del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), propuso el surgimiento del Batallón “Simón Bolívar” para proteger la inédita experiencia independentista centroamericana. La peculiar iniciativa estaba destinada a atraer a científicos, educadores, artistas, poetas, pintores, cineastas, y trabajadores en general de todo el orbe, impidiendo que las garras norteñas, a través del empleo de la “contra” que pertrechaban, se cebara en los parajes del “General de Hombres Libres”, Augusto César Sandino.

Cuba siempre presente en su corazón.

En 1975 nos visitó por primera vez, luego del triunfo revolucionario, en su condición de presidente del PLD. Ese reencuentro, con una tierra a la que amó incondicionalmente, le provocó profundo estremecimiento. Lo cautivó de tal manera la sociedad que aquí se levantaba, que le expresó a uno de nuestros más prestigiosos periodistas:
“Lo que más me ha impresionado es la presencia de la libertad, una libertad completamente auténtica, que me permite acercarme a un soldado, hacerle numerosas preguntas y que él me las conteste en forma humana y simple. Esta es una Cuba tan hermosa como lo era antes, pero con dos diferencias: una dulzura que solo se encontraba en la vida privada y ahora la hay también en la vida pública, y una Cuba que es transformada de una manera colosal, colosal en todos los órdenes. He visitado distintas escuelas. En una de ellas, en Jagüey Grande, uno de los muchachos que me atendió, de doce años, mostró una madurez política equivalente a veinte años. Es un avance muy grande. De los hijos de esos muchachos nacerá una generación completamente distinta a la que yo conocí. Cuando hayan pasado veinticinco años, Cuba estará en una posición de avance y progreso que nosotros en América Latina no vamos a poder alcanzar en largo tiempo. Nos han dejado atrás. Se nos van cien años adelante. Esta es una revolución socialista muy avanzada”. [vi] 

Poco tiempo después de su partida meditó sobre los lazos inquebrantables que lo ataban a nuestro país:

“En 19 años conocí a Cuba de arriba abajo y a todo lo ancho no solo del país sino también del pueblo en todas sus clases y capas. En Cuba fui amigo muy cercano lo mismo de personas que vivieron en el Palacio Presidencial que de humildes vecinos de lo que allí se llamaban solares; fui amigo tanto de intelectuales de alta reputación, poetas, escritores, periodistas, como de obreros y hasta de un antiguo esclavo que había nacido en África, lo que en Cuba se decía un negro de nación; tanto de científicos, de médicos ilustres, de antropólogos famosos, muchos de los cuales tuve el gusto de ver reunidos en un agasajo que me hizo la Casa de las Américas en mi primera noche en Cuba, como fui amigo de empleados, señoras de su casa, comerciantes, boticarios, campesinos y jóvenes revolucionarios“. [vii]

Poco tiempo después de su partida meditó sobre los lazos inquebrantables que lo ataban a nuestro país:

“Emilio Roig de Leuchsenring repasó muy gentilmente las páginas sobre la ciudad de La Habana; el Dr. Leví Marrero tuvo la bondad de aprobar la descripción del paisaje de la isla; Ángel I. Augier entregó al autor su biografía inédita de Nicolás Guillén; Fernando Ortiz -quien a la hora de publicarse este libro ignora lo que sobre él se dice en el capítulo ` Las altas voces del pueblo´- tuvo a bien hacer observaciones en los capítulos sobre la psicología cubana; el ingeniero industrial Ricardo del Valle ofreció todo su conocimiento sobre el tabaco; don Ramiro Guerra leyó el capítulo sobre el azúcar y le hizo varias correcciones”. [viii]

En ese mismo texto narra un pasaje en el que se vio envuelto, que vale la pena recordar – no perseguía que sirviera como exaltación a su persona- pues denota las condiciones imperantes en la Cuba pre revolucionaria.

“En Cárdenas tuve entonces una extraña experiencia. Visitaba yo una casa de salud, y hallé que uno de los médicos andaba desesperado porque se le moría una enferma y necesitaba transfundirse sangre. No había por aquellos días bancos de sangre ni se conocía el plasma sanguíneo `Yo soy donante universal, doctor, y puedo ofrecerle la cantidad que necesite`, le dije. Casi antes de que terminara, el médico me espetó esta pregunta: `¿Cuánto cobra por quinientos gramos?´ `¿Cobrar´?´, inquirí yo asombrado. Al parecer, el galeno me había tomado por un expendio ambulante de hematíes y leucocitos. Yo sabía que había quienes vivían de vender su sangre; pero me resultaba absurdo que me confundiera con uno de ellos. `¿Cuánto?, ¡Pronto!´, insistía el médico. Le expliqué que yo no fabricaba sangre ni traficaba con ella; le dije que tomara lo que hiciera falta. Pero el me dijo que si no cobraba no usaría mi sangre. Ocurrió que al final se convenció de que debía salvar la vida de su enferma en vez de discutir tonterías sobre el comercio en que quería meterme; y la enferma se salvó, con lo que no pude yo volver a Cárdenas porque el marido de la candidata a cadáver, hombre pálido, bajito, de brillante mirada, que vendía carbón en una carreta de la cual tiraban dos mulos, me persiguió con increíble tenacidad para que calmara su gratitud aceptándole un reloj o cosa parecida”. [ix]

En 1982 asistió al III Congreso de la UNEAC, cuya sesión inaugural devino homenaje al 80 cumpleaños de su amigo Nicolás Guillén, quien el 30 de junio de 1943 fuera junto al general del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo y la escritora española María Zambrano, testigo de su segunda boda, esta vez con la santiaguera Carmen Quidiello, de cuya unión nacerían Patricio y Bárbara. [x] No imaginaba Bosch, sin embargo, que la visita coincidiría con el fallecimiento de otro de sus grandes amigos: Raúl Roa García.

El martes 6 de julio dejó de existir físicamente el destacado revolucionario. Su sepelio constituyó una extraordinaria demostración del cariño que le profesaba el pueblo. Consternado, Bosch ofreció declaraciones a los periodistas Aldo Isidrón del Valle y Omar Vázquez, que fueron publicadas en Granma, el 8 de julio de 1982, horas después de que la vida del genial hombre –a esa altura eran inútiles los cuidados de su hermano de luchas, el eminente oncólogo Zoilo Marinello-, se apagara. Expresó su amigo desde los años cuarenta:

“Raúl Roa queda en la historia de Cuba para ejemplo de las generaciones venideras de lo que es un intelectual luchador por la independencia de su país para la dignidad de toda América, ya que no solo fue la voz de Cuba, sino de todos los pueblos latinoamericanos. Él siempre estará presente. (…) La muerte de Raúl Roa es un golpe doloroso para sus amigos que lo quisimos y tratamos durante años”. [xi]

En agosto de 1985 anduvo por los salones del Palacio de Convenciones en el oeste habanero, junto a decenas de personalidades de la región, acompañando a Fidel en su justísimo reclamo de que la deuda externa de América Latina y el Caribe, había sido pagada con creces por nuestros laboriosos y esquilmados habitantes. [xii]


El lunes 6 de junio de 1988 el órgano oficial del PCC, en su página 2, dio a conocer el arribo la noche anterior a La Habana de Bosch, invitado por el Gobierno Revolucionario. Le dieron la bienvenida en la losa del aeropuerto capitalino, entre otros funcionarios, Roberto Fernández Retamar, presidente de la Casa de las Américas (que acaba de celebrar con energía renovada este 9 de junio su 85 cumpleaños) y Julio Le Riverend, presidente de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (ADHILAC).

Tres días más tarde numerosas personalidades, y público en general, se congregaron en la Casa de las Américas –institución de la que antes fungió como jurado de su Premio Literario y que publicara su libro De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe frontera imperial– para escuchar su conferencia magistral Hostos, sembrador antillano.

En la velada se reconoció que además de ser uno de los estudiosos más relevantes del prócer puertorriqueño Eugenio María de Hostos, cuyo sesquicentenario se conmemoraría en enero de 1989, la mayor parte de los expertos catalogaban a Bosch como el escritor vivo más importante de su país. De igual manera se le reverenció por ser miembro del Comité Permanente del Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América, lo que a todas luces reflejaba su compromiso irrestricto con las causas más nobles de la región.

El sábado 11 las emociones llegaron a su cénit con la imposición por Fidel de la Orden José Martí, dándole cumplimiento al acuerdo 888 del Consejo de Estado. Cuatro años antes esa misma instancia le otorgó la Orden Félix Varela, el más elevado reconocimiento de nuestro gobierno a personalidades vinculadas con la actividad cultural.

La ceremonia de 1988 contó además con la presencia de Carlos Rafael Rodríguez y Armando Hart, miembros del Buró Político, otros integrantes del Comité Central del Partido y representantes del Cuerpo Diplomático acreditado en Cuba. Se encontraban también Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, y destacados representantes de las letras y las artes nacionales. [xiii]

El ministro de Cultura Armando Hart expresó que la lealtad del doctor Bosch al ideal democrático, su intransigente defensa de los intereses populares y su antiimperialismo arraigado, “lo sitúan como una de esas personalidades que dejan huella para siempre en la historia, como una de esas figuras que es necesario conocer, estudiar y aprender del ejemplo de su vida”. Hart hizo una semblanza de la trayectoria revolucionaria del dominicano, sus principales obras y sus esfuerzos políticos frente al hegemonismo norteamericano, así como por llevar el progreso social a su país.

En las palabras de agradecimiento, Bosch dio un ejemplo más de su innata modestia al señalar que no le había dado nada a Cuba, “al contrario, ella me ha dado todo lo que soy”. Seguidamente recordó que fue el ambiente cultural cubano, y de manera especial el contacto con el pueblo, lo que le llevó a ser un profesional de la literatura y un producto político de la sociedad cubana “tal como ella era en los agitados años que siguieron a la caída de la dictadura machadista”.

Dirigiéndose al líder de la Revolución, añadió que “en vez de estar recibiendo esta condecoración yo debería estar dándole a Cuba lo poco bueno que hay en mí”, y afirmó que en lo adelante, sus actos se ajustarán al rigor exigido por ostentar la más alta distinción que otorga la nación cubana. [xiv]

 Una mirada a su vida y obra desde la Mayor de las Antillas.

 Es importante resaltar que Bosch trataba a todas las personas con especial delicadeza. No extraña por ello que, en el caso de nuestro país, diferentes intelectuales reconocieran esa cualidad suya.

El doctor Eusebio Leal, Historiador de La Habana y uno de nuestros más brillantes pensadores, señaló sobre él:

“Conocí personalmente al profesor Bosch en el año 1978, en ocasión de integrar una delegación oficial encargada de acompañar los restos del poeta dominicano Fabio Fiallo, desde el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, hasta la República Dominicana”.

En esa misma intervención explicó que:

“Durante la última estancia del Profesor Bosch en Cuba lo vistamos, el ex ministro Vecino –Fernando Vecino Alegret (HPC)- y yo, en la casa donde se hospedaba; su enfermedad era visible, nos hicieron saber lo avanzado de su padecimiento y la posibilidad de que no nos reconociera. Ya en su habitación el profesor detuvo su mirada en nosotros y expresó: `¿Vecino, cómo estás?´, seguidamente nos dio un cariñoso abrazo y comenzó a referirse a pasajes de la historia de Cuba. Al marcharnos, los médicos y acompañantes no lograban explicarse lo que habían presenciado. Dos o tres meses antes de su deceso, cuando no se permitía verlo, Vecino, de viaje en la República Dominicana, solicitó visitarlo y que yo lo acompañara. Era el deseo de despedirnos del querido amigo. Doña Carmen, su esposa cubana, accedió al encuentro. Llegamos hasta la cama donde reposaba, no se incorporó pero nos tendió su mano derecha al mismo tiempo que decía: `Vecino, Cuba´. Durante los escasos tres minutos que permanecimos a su lado no pudimos articular palabras, lo impedía la emoción de comprobar que en los momentos finales de su vida física, su amor por Cuba era todo un símbolo”. [xvii]

El profesor universitario Sergio Guerra Vilaboy, uno de los investigadores más prominentes de la región sobre la historia latinoamericana y caribeña –miembro de número de la Academia Cubana de la Historia y presidente de la ADHILAC- rememoró la forma afable con que Bosch lo recibió en una Casa de Protocolo habanera, en los primeros días de agosto de 1980, para conversar acerca de sus opiniones sobre la obra citada De Cristóbal Colón a Fidel Castro…, cuya tirada primigenia correspondió a Alfaguara, en 1970 y que, por iniciativa de Roberto Fernández Retamar y Antonio Benítez Rojo, a la sazón director de la editorial Casa de las Américas, dicha institución deseaba publicar.

Para entonces, como Sergio reconoce, era un desconocido historiador que apenas rebasaba los treinta años de edad y Bosch ya representaba “una descollante personalidad de la política, las letras y la historia de América Latina”. Acompañado de un amigo, Guerra Vilaboy vivió la grata experiencia de intercambiar con una figura de la estatura moral del ex presidente dominicano.


“Nos sentamos frente a frente en una mesa de hierro y cristal situada en el portal. Me impresionó la facilidad con que condujo la conversación desde su inicio, que se extendería, café por medio, unas dos ó tres horas, así como por el uso continuo de nuestros nombres propios, como si nos conociera de toda la vida. En el clima acogedor que pronto se creó entre nosotros recuerdo que, a petición mía, relató sus vínculos con Cuba, mucho más antiguo y profundo de los que yo suponía y, sobre todo, de su amistad con Fidel Castro. (…) Después de hablar durante largo rato sobre variados temas, de su relación posterior con Fidel y de su deuda de gratitud con la isla, debí entrar al motivo original de la entrevista. (…) mientras Bosch, con una humildad sorprendente, escuchaba con atención las opiniones que le brindaba, a las que respondía con una sólida explicación que debilitaban muchos de mis argumentos. Al final aceptó alguna de mis sugerencias y yo me replegué en otras”. [xviii]

Volviendo a la constitución de la Cátedra que le rinde homenaje en nuestra principal Casa de Altos estudios, la misma ha organizado encuentros y actividades de diversa índole, propiciando que investigadores cubanos analicen la vigencia de su ideario, desde ópticas disímiles.

Dos de esos encuentros fueron el evento teórico efectuado por el Centenario de su nacimiento, en el 2009, y el foro internacional desarrollado entre el 6 y el 8 de diciembre de 2010, en ocasión de un aniversario más de que viera la luz la conocida obra de Bosch, El Pentagonismo sustituto del imperialismo.


El politólogo Jorge Hernández Martínez, director del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHESU), fue uno de los conferencistas que realizó una amplia valoración sobre este libro. En su trabajo destacó:

“Su mirada logra percibir con agudeza la nueva expresión que asume el proceso histórico iniciado desde finales del siglo XIX y perfilado a través de los primeros decenios del XX. (…) Bosch traza la arquitectura, implicaciones y tendencias que, más allá de la coyuntura específica de las circunstancias en que escribe su obra, marcarán, hasta el presente, los rasgos de una sociedad –utilizando sus propias palabras- pentagonizada. Ello hace patente la trascendencia y vigencia de su aproximación, que se nutre de las propuestas leninistas y de otros autores y corrientes que aportan perspectivas e informaciones a la comprensión del objeto de estudio”. [xix]

El filósofo Rubén Zardoya Loureda, escrutando la producción boschiana desde el enfoque historiográfico, considera que:

“Bosch no parece reconocer departamentos estancos entre las ciencias sociales; ni entre éstas y las ciencias económicas; ni entre aquellas, por un lado, y las llamadas humanidades, por otro; ni entre las humanidades y la literatura artística. El cronista, el narrador, el comentarista, el político, el científico, el poeta e, incluso, el filósofo –filósofo de la historia, a la antigua usanza- se nutren y sustentan los unos a los otros sin apuros ni aprietos en la figura del amante de la sabiduría, aquél que se detiene donde los demás miran y pasan de largo, y al hacerlo, escudriña y pregunta dónde, cómo, cuándo, por qué”. [xx]

Bosch y Fidel: una amistad entrañable. 

Sería imposible culminar este trabajo sin resaltar la entrañable amistad entre Bosch y Fidel, a lo largo del tiempo. Unido a los elementos expuestos anteriormente vale la pena repasar, en este sentido, algunos de los momentos donde dichos nexos encontraron reflejo público.


En diciembre de 1996, el afamado escritor fue uno de los invitados especiales del evento concebido por la Fundación Guayasamín para homenajear al Comandante en Jefe Fidel Castro, en ocasión de su 70 cumpleaños. En el encuentro final el líder de la Revolución Cubana pronunció sentidas palabras, que llenaron de regocijo a los participantes procedentes de diferentes latitudes. Refiriéndose al dominicano expresó: 

“Pero estaba recordando también cuando conocí a Bosch en Cayo Confites; él no se acuerda y yo casi tampoco. ¿Eso en que año fue, Bosch, en 1946 (Le dice que fue en 1947) ¡Ah!, bueno, pues tenía entonces 21 años. Esto significa, simplemente, que desde muy joven llevé a cabo una lucha intensa”.

En esa propia intervención, más adelante, añadió: 

“… porque desde muy temprano me vi en la situación de tener que arriesgar la vida en algunas actividades relativamente peligrosas, como fue aquel intento, que recordaba hace unos minutos, de participar en el derrocamiento de Trujillo. Juan sabe y recuerda cuán difícil fue aquella tarea, a causa de errores, traiciones y todo eso, de tal manera que cuando ya en un solo barco avanzábamos, ¿saben hacia donde?, hacia Haití: ¿saben para qué?, para atravesar Haití y llegar a Santo Domingo, cuando nos quedaba apenas el 20 % de la fuerza y apareció aquella fragata que no sabíamos si era de Trujillo o era del gobierno de Cuba… Pues no, parece que por suerte no era de Trujillo, o de lo contrario ni Bosch ni yo estaríamos aquí participando en este acto de hoy (Aplausos)”. [xxi]
El jueves 20 de agosto de 1998, Fidel arribó a Santo Domingo haciendo realidad, en sus propias palabras, “un sueño de toda la vida”. El viaje tenía dos objetivos esenciales: participar en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del Caribe y, una vez concluida esta, realizar una visita oficial a la hermana nación, invitado especialmente por Leonel Fernández, en lo que representaba acto de valentía por parte del presidente quisqueyano. 

Tanto la presencia en las sesiones de la Cumbre, como el programa cumplido posteriormente fueron éxitos rotundos, que pusieron de manifiesto el inmenso cariño del pueblo dominicano por Cuba y su dirigente histórico. Interpretando esos sentimientos, el Comandante en Jefe fue investido con la “Orden al Mérito de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Mella, Gran Cruz Placa de Oro”, máxima distinción de la República Dominicana, al tiempo que Fernández recibía, de manos de Fidel, la Orden José Martí. [xxii]

Uno de los momentos más emotivos del intenso itinerario desarrollado por Fidel (causó tal impacto su presencia que representantes de diversos sectores sociales no abandonaron las inmediaciones del Hotel Jaragua, donde se alojó la comitiva cubana, con la aspiración de observarlo de cerca y estrechar su mano) fue sin dudas cuando, justo a las 9 de la mañana del domingo 23 de agosto, se dirigió a la casa de Juan Bosch, en compañía de su anfitrión Leonel Fernández. 

A la entrada de la residencia, ubicada en el Paseo de los Locutores número 43, cercana a la avenida Winston Churchill, la señora Carmen Quidiello les dio la bienvenida, como antesala del ameno intercambio que sostendrían con su esposo. Luego del fuerte abrazo entre los dos amigos, el presidente cubano le manifestó sonriente “No vine en el 47 pero vengo ahora”.

Durante la conversación Fidel elogió el impacto positivo que le causaba la preparación política del pueblo dominicano. Fernández –discípulo de Bosch y considerado uno de los mayores estudiosos de su obra- le explicó que ello era resultado, en buena medida, del trabajo desplegado por el profesor Juan desde su retorno al país, luego de la muerte de Trujillo, el cual impartía conferencias radiales, concebidas especialmente para que la población más humilde comprendiera la necesidad de llevar adelante transformaciones, en todos los órdenes sociales. Añadió que se estaban compilando aquellas intervenciones, cuyos dos primeros tomos obsequió a Fidel. 

Como expresión de la entrañable amistad entre ambos, asimismo podemos mencionar brevemente algunas de las veces en que uno evocó la figura del otro.

Bosch, por ejemplo, relatando las impresiones que le causó su primer viaje a Cuba después del 1ero de enero de 1959, efectuó una bella semblanza sobre el hombre que conoció como estudiante. En dicho testimonio, en el que hace alusión igualmente al intercambio de su hijo Patricio, entonces de 28 años de edad, con Fidel -el cual acarició la cabeza del joven cuando era un niño menor de dos años, en la casa habanera del dominicano en la Calle Zapata, frente al Cementerio de Colón- el ex presidente expresa: “Al mismo Fidel, con quien estuve en Cayo Confites cuando él tenía tal vez no más de 20 años, volví a verlo cuando ya tenía 47. 

Antes lo había visto sin barba y ahora tenía barba; antes era un joven revolucionario que se enroló con nosotros los dominicanos para venir a pelear contra la dictadura de Trujillo y ahora era el jefe del único gobierno socialista de América; antes era casi un desconocido y ahora es un personaje mundial. Pero ahora es un hombre dulce, tranquilo, preocupado por la suerte de nuestros pueblos como antes había sido un joven casi solitario, de voz baja y gestos lentos, que quería conocer a fondo el proceso revolucionario de los países de América. 

Ahora, como antes, la palabra déspota tenía para él un significado repugnante. `¿Te acuerdas de que fulano era despótico con sus hombres?´, me decía hablándome de uno de los jefes de Cayo Confite, el pequeño islote de la costa norte de Camaguey donde nos habíamos reunido varios cientos de hombres que nos preparábamos para caer en territorio dominicano”. [xxiii]
En otro momento, examinando la maestría del Comandante en el empleo de la oratoria para analizar situaciones complejas relacionadas con la política exterior, escribió: 

“Un discurso puede jugar, en un momento dado, el papel de un ejército que es lanzado en medio de una batalla para decidir su curso. (…) Fidel Castro ha dicho, a lo largo de su vida pública, muchos discursos importantes, pero nos parece que ninguno se presta más que el del 1 de mayo -1980 (HPC)- a una exégesis o apreciación explicativa de lo que es un gran discurso político porque en él abundan los ejemplos de la palabra usada como elemento táctico, a veces para decir lo que le interesaba al autor, a veces para ocultarlo, y en todos los casos las palabras ocupaban el lugar que le correspondía a cada una en la gran batalla que Cuba estaba dando en ese momento contra el poderío del gigante norteamericano que había desatado desde fines del año anterior (1979) una ofensiva destinada a arrinconar, golpeándola frenéticamente, a la Revolución Cubana, y para eso se usaban todos los recursos que se ponen en juego, incluyendo el de la amenaza militar, antes de que entren en acción ejércitos”, a lo que añadió “… y así fue también como para conseguir lo que se había propuesto, Fidel Castro usó en beneficio suyo la fuerza del adversario, hazaña política de la que se dan muy pocos ejemplos en la historia, y ninguno cuando se lleva a cabo desde un país pequeño y débil contra uno grande y poderoso”. [xxiv]

El Comandante en Jefe, por su parte, se ha referido en varias ocasiones al ilustre dominicano en los últimos años. En el 2009, por ejemplo, narró las circunstancias en que lo conoció, a propósito de la conversación que sostuvo con Leonel Fernández, quien en ese momento ocupaba, por segunda ocasión, la más alta magistratura de su nación:

“Conocí a Juan Bosch, historiador e ilustre personalidad dominicana en 1946, cuando no había cumplido aún 20 años, era estudiante del segundo año de la carrera de Derecho y líder de los estudiantes de esa Facultad, presidente por añadidura de la organización de solidaridad con la democracia dominicana, en la lucha de ese valiente pueblo contra la tiranía trujillista, erigida por las fuerzas norteamericanas que habían intervenido en la isla en 1928. Bosch y yo estábamos en el batallón Sandino, héroe nicaragüense que luchó contra los interventores yanquis y fue asesinado por esto, a raíz de otra intervención imperialista en aquel país centroamericano. El prestigioso intelectual dominicano no era el jefe de aquella expedición. La dirigían otros políticos dominicanos. Casi todos actuaban de buena fe, pero movidos por ideas e intereses de clase, incluso oligarcas y burgueses”. [xxv]

Horas más tarde, esta vez dialogando con el presidente hondureño José Manuel Zelaya (a quien poco después, el 28 de junio, la cúpula militar y la más rancia oligarquía le orquestaron un artero golpe de Estado, que concitó la repulsa unánime de la comunidad internacional e hizo exclamar al inolvidable Comandante Hugo Chávez que aparecían otra vez los “gorilas” en nuestra región) volvió a mencionar al revolucionario caribeño: 

“Acabo de hablar, en síntesis apretadísimas, sobre Juan Bosch, la expedición contra Trujillo, los dramáticos episodios protagonizados por los revolucionarios dominicanos, quejándome de que la historia real no se ha escrito”. [xxvi]

Cuatro años atrás, por último, ofreció un hermoso testimonio que refleja, en toda su dimensión, el aprecio por el insigne luchador. 

“Estando en la isla, un día llegó un grupo de dominicanos y, entre ellos, Juan Bosch. Muy pronto hicimos amistad. Entre tanta gente en el cayo a mí me gustaba conversar con él; de todos los dominicanos que conocí fue el que más me impresionó. Lo recuerdo como un hombre mayor. Cumplí 21 años en el cayo, y pienso que Bosch ya tendría unos 36 ó 37 años. Su conversación realmente conmovía, la forma en que se expresaba; parecía un hombre muy sensible. Vivía muy modesto allí, al igual que todos los demás, y creo que sufría lo mismo que la gente. Yo no lo conocía, no sabía que era el escritor, el historiador, el intelectual. Lo vi como un dominicano honorable, de conversación agradable, que decía cosas profundas y sensibles; transmitía todo eso. Se le veía como una persona que sentía los sufrimientos de los demás, estaba sufriendo por el trabajo duro de la gente. Además vivía la emoción, porque era el intelectual, al fin y al cabo, que se incorpora a la acción, llegada la hora de la lucha – un poco como hicieron Martí y otros muchos intelectuales de nuestra propia guerra-. Pudiéramos decir que era allí el hombre de mayor calibre, el más destacado. Muchas veces nos íbamos para el extremo de la isla y conversábamos; sus palabras me marcaron mucho. Así nos hicimos amigos. La amistad tiene un mérito por su parte, él ya era una personalidad y yo era un estudiante joven que no significaba nada entre tantos jefes, coroneles… Yo era un teniente y mandaba un pelotón. Sin embargo, Bosch me trató con mucha deferencia y consideración”. [xxvii]

El 1 de noviembre del 2001 falleció en su patria, a los 92 años de edad, una de las personalidades cimeras de la lucha continental, en la segunda mitad de la centuria anterior. Un mar de pueblo se volcó a las calles para tributarle a Juan Bosch el último adiós, en su trayecto hacia el cementerio de su pueblo natal, como expresión nítida de que su legado, lejos de desaparecer, resultaría vital en lo adelante en la consecución de los grandes ideales latinoamericanos y caribeños.

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