Camilo, Caamaño, memoria y rebeldía

Lilliam Oviedo
Especial/Noticias A Tiempo.Net
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Camilo Torres y Francisco Alberto Caamaño Deñó son símbolos de firmeza y valentía. Hoy, cuando el poder hegemónico utiliza los más sucios recursos contra los procesos revolucionarios en marcha, es preciso rendir homenaje a quienes no claudicaron.

Camilo Torres sin sotana 

“¿Por qué le parece indispensable la revolución?” En junio de 1965, el periodista Jean-Pierre Sergent, hace la pregunta, y Camilo responde: “La revolución es indispensable porque ahora el poder se encuentra en manos de una minoría de más o menos cincuenta familias incapaces de afectar sus intereses por los de la mayoría, lo que significa que esta minoría posee también el control político, el de las elecciones, el de todos los medios y de todos los factores del poder y que al derribarse, se ejecuta lo que considero una revolución: el cambio de la estructura del poder de manos de la oligarquía a manos de la clase popular”.
Por negarse a disociar palabra y acción, Camilo fue despojado de la sotana y le fue retirada la facultad de oficiar misa. Expresó ante sus superiores la negativa a aceptar, como cristiano, que muchos niños mueran de hambre cada día mientras la riqueza de Colombia es concentrada en pocas manos. 
Hoy, cuando conmemoramos el 50 aniversario de la muerte de Camilo, tenemos ante nuestro ojos una escalofriante estadística: Se estima que alrededor de 15 mil niños de la Guajira colombiana se encuentran en situación de desnutrición severa, por falta de recursos básicos”.
El cura sociólogo se integró al Ejército de Liberación Nacional, ELN, y murió en combate el 15 de febrero de 1966 en un lugar denominado Patio Cemento, en el departamento de Santander. Había nacido en Bogotá el 3 de febrero de 1929.
El mes pasado, con la “intención” de agilizar el inicio del diálogo con la guerrilla, el ultraderechista presidente de Colombia Juan Manuel Santos “ordenó” al Ejército buscar los restos del guerrillero. Por la trayectoria de Santos, sustantivo y verbo deben ser escritos entre comillas.

El coronel Caamaño
Francisco Alberto Caamaño Deñó, siendo coronel del Ejército de República Dominicana, se convirtió en leyenda en 1965 cuando asumió la dirección militar de una acción armada dirigida a restablecer la constitucionalidad derrocando al gobierno instalado tras el golpe de Estado contra Juan Bosch. 
Esta guerra civil se tornó guerra patria con la grosera ocupación de Estados Unidos.
Durante el gobierno provisional encabezado por Héctor García Godoy, Caamaño fue objeto de persecución (la agresión al Hotel Matum en diciembre de 1965 iba dirigida en contra suya y de otros dirigentes), y en 1966, por orden de las autoridades nacionales, abandonó el país con destino a Londres. 
En 1967, los organismos nacionales e internacionales de seguridad le perdieron el rastro. Se comentó que estaría en Suramérica. El Gobierno dominicano, en 1968 dijo no tener noticias suyas.
En agosto de 1969, en un cartel con su foto para fines de captura, las autoridades policiales de Mendoza, Argentina, asesoradas por la Interpol, difundían su fecha de nacimiento, 11 de junio de 1932, y además especificaban: "Altura: 1.80 metros. Peso: 87 kilos (pesaba 99, pero tenemos información de que perdió doce kilos durante su permanencia en Cuba en 1967), estado físico robusto y fuerte; ojos pardos, pelo negro ondulado, bastante calvo, cejas medianas, dentadura completa, dientes blancos bien ordenados; color de piel moreno, cara con fuerte influencia hispánica con leve indicación de ascendencia negroide, usa bigote angosto, tiene una cicatriz en la frente del lado izquierdo".
En cuanto a su personalidad, el cartel decía que "es muy extrovertido, con fuerte sentido del amor propio, obstinado y en ocasiones bastante bravucón, muy moderado en el uso de cigarrillos y bebidas alcohólicas".
Es este el pasaje más llamativo en la trayectoria de Caamaño entre 1967 y 1973. Del entrenamiento en Cuba y la articulación del movimiento guerrillero, mucho se ha escrito.
Poco menos de cuatro meses antes de cumplir los 41 años, el 16 de febrero de 1973, fue fusilado en las montañas de San José de Ocoa. Con el propósito de derrocar a Joaquín Balaguer, había retornado a la cabeza de una guerrilla que fue militarmente derrotada.
Las pertenencias que portaba quedaron en manos de oficiales como Juan René Beauchamps Javier, quien se quedó con el fusil, Castillo Pimentel se quedó con las botas y Raúl Almonte Lluberes con el reloj. La responsabilidad directa del fusilamiento recae, entre otros, sobre el entonces secretario de las Fuerzas Armadas Ramón Emilio Jiménez Reyes y el jefe de Estado Mayor del Ejército Enrique Pérez y Pérez.
Maquinaria de muerte
El grupo gobernante (en Colombia o en República Dominicana) orienta su accionar en una política diseñada en el centro del poder imperialista.
Esto hay que detallarlo como acusación y no como excusa. 
En República Dominicana, balagueristas y neobalagueristas hablan de la intervención foránea para limpiar el nombre de Joaquín Balaguer; pero es preciso hacerlo para describir un gobierno surgido del colonialismo, corrupto, asesino y, por supuesto, entreguista. Un gobierno encabezado por quien, desde la década de 1950 fue identificado por los estrategas imperialistas como continuador del autoritarismo en ausencia de Rafael Leonidas Trujillo.
Se puede documentar o no la anécdota de que Balaguer dijo a los oficiales a su servicio que “en este país no hay cárcel para un hombre como Caamaño”, pero de cualquier modo el fusilamiento fue el resultado de una decisión política.
En cuanto a la muerte de Camilo Torres, la manipulación política del hecho es muy reveladora. La noticia fue difundida dos días después. 
Para el gobierno de Guillermo León Valencia, constituyó un golpe a las guerrillas y había que sacarle provecho politiquero. 
En Colombia, como en República Dominicana, los ejecutores fueron instruidos por la jefatura política para esconder el cadáver. 
Con esta práctica, se trata de llevar a los pueblos el mensaje de que la esperanza está muerta y desaparecida, y al seno de los movimientos insurgentes la idea de que vale más desertar a tiempo. 
Camilo desafió a la Iglesia y denunció a los terratenientes, Caamaño combatió con las armas y con la acción política al invasor y a la canalla criolla. Estaban en algún lugar en la lista de objetivos del poder. Ocurrió lo mismo con Raúl Reyes, Jorge Briceño y Alfonso Cano en la misma Colombia.
El poder local actúa pautado desde los centros imperialistas y esa pauta incluye la acción ante las amenazas.
Han cambiado los recursos, pero no la pauta política. Hoy, los drones han sustituido en alguna medida la intervención de los asesinos de carne y hueso, pero eso solo dice que en la época de Obama y Santos la maquinaria de matar es más eficiente que en la de León Valencia y Lyndon Johnson.
El poder imperialista actúa directamente en los escenarios de guerra, donde asesina a militares, militantes y civiles. Hay que ver la escandalosa lista de asesinatos con drones en Pakistán, en Afganistán y en otras zonas.
En la propia Colombia, decenas de guerrilleros han sido asesinados con armas, tecnología y logística suministradas por Estados Unidos o gestionada en Israel a través de vínculos tejidos en Washington.
Y para hacer más evidente la vinculación entre el elemento político y el elemento militar, ha sido descubierta recientemente la llamada Operación Desertor, dirigida por la Agencia Central de Inteligencia CIA para dividir y debilitar a las Fuerzas Armadas de Venezuela. ¡Otra vertiente del proyecto de destruir la herencia de Hugo Chávez!
En homenaje a Camilo y a Caamaño, hay que exaltar la firmeza y la coherencia, subir el tono, difundir en todas partes y elevar la calidad en cada exhortación a mantener los principios. 
La mención de los nombres de Camilo y Caamaño constituye un tooque a la subjetividad y un llamado a persistir… La consigna es no claudicar…

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