Las marcas

Por Miguel Cruz Suárez

Aclaro que no hablaré aquí ni de Adidas, ni de Nike, ni de Nokia, ni de nada por el estilo; es decir, no me estoy refiriendo a las marcas comerciales. El asunto es otro, en este caso me refiero a cosas que dejan notables huellas en la vida de las personas.
Cuando uno llega al mundo es como una pequeña libretica de abastecimiento de principios de enero, todos los cuadritos están en blanco porque todavía no nos ha tocado nada que deje, justificadamente, una marca en el lugar asignado.


Pasamos un pequeño tiempo sin notar algo significativo a no ser el gusto dulce y necesario de la leche materna, pero cuando la vista se afina y el intelecto crece, nuestro mundo interior se comienza a poblar. Lo primeros son los rostros amados de los padres, abuelos y tíos con sus desvelos y cuidados, a lo que luego se suma el entorno infantil más cercano, como espacio seguro y confortable; claro, siempre que el pequeño esté creciendo en un lugar como Cuba, donde nada es más importante que un niño.
Cuando se avanza un poco se suman otras cosas que dibujan recuerdos, acontecimientos alegres y tristes, dotados de música, de olores, de rostros y sabores. Cada época tiene sus canciones, su moda, su rutina y si alguien creció escuchando las melancólicas tonadas de Camilo Sesto, los sones de Oscar de León, la sandunguera de los Van Van y los acordes de la nueva trova, no tiene por qué ahora sentir alguna vergüenza, cuando los hijos se burlan un poco, al descubrirnos pasando esos archivos a nuestro celular.
Las cosas más comunes, unido a los acontecimientos de la nación y del mundo que nos rodea, son pródigas generando marcas indelebles, ninguno de mis coetáneos puede decir que no guarda por siempre el olor de la colonia JIT, el sabor de la Carne Rusa, los nocauts de Teófilo Stevenson, El jonrón de Lourdes Gurriel, el viaje de Tamayo al cosmos, la voz robusta y firme de Fidel anunciando que: ¨Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla¨ o el luto provocado por la epidemia del Dengue, llegada desde el Norte.
Es casi imposible haber escapado de los muñequitos rusos, de la ¨Esclava Isaura¨ de la caída del campo socialista y los embates del Periodo Especial, resistido a pie firme.
Por eso mis referencias se basan en las marcas propias, las cubanas, esas que nos distinguen. Porque es casi seguro que no existe un nacido en esta isla después de 1959 que no guarde el recuerdo de las vacunas, del caramelo o la gota antipolio, del acto de recibir y luego poner la pañoleta de pionero o de forrar los libros a finales de agosto. No importa que ahora algún que otro cubano resentido de acá o anclado en otras tierras, no quiera hablar de estas marcas; de todas formas, ellas son, filigranas en el alma, cosas imborrables.

El autor es cubano, colaborador de los periódicos Granma y Juventud Rebelde.

La Bicicleta

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