La demagogia después de Obama
Lilliam Oviedo
Especial/Noticias A Tiempo.Net
E-mail: josemlct11@hotmail.com
La identificación puntual entre la derecha y la ultraderecha política no constituye un fenómeno nuevo. Lo advirtió Antonio Gramsci en la primera mitad del siglo pasado. La gestión de Barack Obama en la presidencia de Estados Unidos ha contribuido en gran medida a hacerlo evidente.
En el escenario electoral estadounidense derecha y ultraderecha adoptan posturas tácticas y terminan identificándose también en términos estratégicos. El compromiso con el gran capital determina coincidencias importantes en el accionar de los políticos del Partido Demócrata y del Partido Republicano.
Varios analistas han planteado la posibilidad de que Donald Trump renuncie a la candidatura presidencial para dar paso a una figura menos controversial en la boleta del Partido Republicano. Independientemente del destino que pueda tener la candidatura, es obvio que la ultraderecha ha utilizado su nombre y su figura para difundir ciertas ideas y ponerlas en la agenda de discusión de sectores influyentes. Es un uso estratégico del escenario electoral.
Hillary Clinton utiliza a su favor el rechazo hacia Donald Trump en determinados grupos sociales. El apoyo de Barack Obama, la influencia de Bill Clinton y su indiscutible pertenencia a un sector influyente del poder estadounidense, hacen ventajosa su situación, pero no por esto ella deja de ser una figura muy cuestionada, incluso entre quienes favorecen al Partido Demócrata.
El carisma de Obama y sus dotes de orador constituyen en este momento los recursos principales para dar apariencia de autenticidad a la competencia electoral en Estados Unidos. Por eso, aunque el presidente ha declarado que Trump no está capacitado para encabezar el Gobierno de Estados Unidos, en otro momento ha dicho que es posible que gane las elecciones.
¿Por qué dejar el discurso solo en la ridiculez de la figura cuando en el año 1980 fue colocado en la presidencia un pésimo actor y pésimo orador de nombre Ronald Reagan?
El poder estadounidense como conjunto se esfuerza por ocultar al mundo el hecho de que la competencia electoral no es tal cosa.
A pesar de que en su ejercicio como presidente ha encarnado la estafa política, Obama conserva la aptitud para hacer este servicio al grupo al cual pertenece, y lo está haciendo.
Es la reserva del sistema para dar continuidad al ejercicio de la demagogia, pues en términos generales se ha tornado evidente que el presidente de Estados Unidos no está llamado a convertirse en agente de cambio, y en términos particulares se nota que compiten por la presidencia dos figuras altamente cuestionadas.
¿LO DESCUBREN AHORA?
Varios dirigentes del Partido Republicano se han pronunciado en contra de Donald Trump, fenómeno que los cronistas atribuyen a sus infelices pronunciamientos en materia de política exterior y a la exhibición de fundamentalismo que ofreció al ofender públicamente a los padres de Humayun Khan, un soldado musulmán muerto en Irak.
Es fácil atribuir a desaciertos de este tipo la situación de Trump, pero hay que mirar más allá. Antes de obtener la nominación, Trump se había manifestado como racista, xenófobo, machista y hasta misógino, de modo que no ha sorprendido con sus palabras fuera de tono a los políticos de ultraderecha.
Quienes han cambiado el respaldo por el rechazo, responden a una necesidad del sistema. Llaman a votar por una ex secretaria de Estado, figura influyente en el Partido Demócrata e integrante de un grupo que toma decisiones en política exterior.
¿Qué decir, por ejemplo, de John LeBoutillier, un congresista que se ha pronunciado contra Obama en términos casi personales y declara ahora que muchos políticos republicanos terminarán eligiendo a Clinton aunque no lo anuncien públicamente?
LeBoutillier, como otros republicanos, sabe que Clinton está comprometida, igual que Obama, con tareas esenciales en el afianzamiento de la hegemonía del poder estadounidense, y sabe también que las diferencias en estilo y en determinadas orientaciones no generan contradicciones antagónicas.
LOS COMPROMISOS DE CLINTON
La protección a los intereses del lobby sionista, el control sobre las acciones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) subordinando de hecho a las potencias europeas, la política injerencista y la continuidad de las maniobras necesarias para poner al servicio de los intereses del poder hegemónico los recursos del planeta, figuran entre los compromisos de Hillary Clinton.
La ultraderecha, como sector, no sacrificaría lo esencial por lo accesorio, y privilegia la preservación del sistema sobre la colocación en la Casa Blanca de una figura con tradición en sus filas. ¿Por qué no actuar de ese modo cuando la derecha se le parece cada día más?
La acumulación de riquezas por la familia Clinton a través de su influencia política, ha motivado denuncias contra Hillary, en muchos casos bien fundamentadas. La candidata ha sido vinculada a enriquecimiento ilícito, así como a tráfico de influencias en países como Colombia y Haití a favor de amigos, familiares y financiadores de campaña.
Un grupo de republicanos conservadores prefiere discutir luego la repartición de prebendas (embajadas, puestos de decisión y demás) antes que arriesgar con Trump la estabilidad del sistema en el cual la ultraderecha es dominante.
AHORA, DESPUÉS DE OBAMA
Promesas de campaña como el cierre de la cárcel de Guantánamo y la desocupación de Irak, no fueron cumplidas por Barack Obama. Y si a esto se añade la apertura de nuevos escenarios de guerra, motivos hay para señalar que Obama no ha marcado (nunca lo hizo) la diferencia en relación con sus antecesores.
El balance en términos de migración (más de 86 mil personas expulsadas durante los primeros cinco meses del presente año) y el escaso alcance de las políticas contra la exclusión social, han convertido a Obama en la encarnación de la estafa política.
La creciente identificación entre republicanos y demócratas convencidos de que deben priorizar la preservación del sistema, no solo es una carta de triunfo para Hillary Clinton y un impulso al fortalecimiento del grupo Clinton, sino también un mandato del sistema.
Parafraseando a Marx y Engels (Manifiesto del Partido Comunista), los sustentadores del sistema se han unido en santa alianza (lo de santa es pura ironía) para mantener la estabilidad y dar apariencia de legitimidad a un sistema electoral en el cual compiten un magnate fundamentalista (y aparentemente desquiciado) y una ex Primera Dama también desacreditada, pero con experiencia en posiciones de Estado.
Hoy, como ayer, Obama juega su papel y Hillary Clinton el suyo. Raza y género aparte, el cambio no compite en las elecciones de Estados Unidos, porque es impensable que se conviertan en portadores del mismo los organismos que sustentan la permanencia de la sociedad de clases…
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