PAPÁ
Por Miguel Cruz Suárez
El autor es cubano, colaborador de los periódicos Granma y Juventud Rebelde.
Cuando por alguna desafortunada situación, se inventó la hiriente frase de que: ¨Padre es cualquiera¨, tal vez no se pretendía englobar allí a todos por igual, pero eso no quita que sea una afirmación difamatoria e injustificada. Yo perdí a mi padre siendo un niño y aquella sensación de papalote ido, de cama para dos con solamente uno, me laceró profundamente porque era una persona buena que se marchó muy pronto. Él no era cualquiera, él era sencillamente mi Papá y eso lo hacía grande y especial.
Es verdad que los del sexo masculino no tenemos que forjar en nuestro vientre a esa maravilla que son los hijos, ni tenemos que sufrir el dulcísimo dolor del parto, pero no es una decisión sobre la cual fuimos consultados, tal vez si el creador hubiese encuestado a ellas y ellos antes de otorgarle ese don a las madres, quién sabe si se hubieran producido reñidas votaciones e incluso hasta un empate técnico.
Desde mi experiencia personal creo que nada podrían hacer las balanzas más fieles, para determinar de qué lado pesa más o menos el cariño hacía la prole, sería un discernimiento innecesario y cruel, porque ese amor debe ser, para que surte efecto, un acto compartido a partes iguales.
Dentro del misterioso corazón de un padre se forma, con la llegada del bebé, una pequeña tormenta donde suelen enfrentarse viejos tabúes de un machismo inútil y la ternura paterna que algunos esconden en una absurda pretensión de dureza varonil. Los que logran controlar esos vientos disfrutan a plenitud la paternal misión de ser indispensables; los otros, detrás de su ropaje rígido, aman también, pero sin tantos goces.
La historia está llena de padres amorosos, pero nos es necesario acudir al episodio célebre o a los actos heroicos, lo cotidiano es muestra de lo grande y a nuestro lado andan los protagonistas de millares de historias cargadas de ternura. Ojos gastados vigilando el lecho donde asechan las fiebres; constructores de juguetes que salvan las carencias; cocineros capaces de los platos que hacen regresar los apetitos idos; manos callosas que mecen los columpios y limpian las narices; ojos que lloran mientras secan las pequeñas mejillas en momentos de pena y algarabía incontrolable en ocasión del triunfo.
Pero ser padres, es más, es ver en el retoño el regreso de tus propios sueños y alimentar corazones diminutos; para que, dentro de ellos, cuando el cuerpo sea grande, siempre tenga un espacio la palabra PAPÁ.
El autor es cubano, colaborador de los periódicos Granma y Juventud Rebelde.
Cuando por alguna desafortunada situación, se inventó la hiriente frase de que: ¨Padre es cualquiera¨, tal vez no se pretendía englobar allí a todos por igual, pero eso no quita que sea una afirmación difamatoria e injustificada. Yo perdí a mi padre siendo un niño y aquella sensación de papalote ido, de cama para dos con solamente uno, me laceró profundamente porque era una persona buena que se marchó muy pronto. Él no era cualquiera, él era sencillamente mi Papá y eso lo hacía grande y especial.
Es verdad que los del sexo masculino no tenemos que forjar en nuestro vientre a esa maravilla que son los hijos, ni tenemos que sufrir el dulcísimo dolor del parto, pero no es una decisión sobre la cual fuimos consultados, tal vez si el creador hubiese encuestado a ellas y ellos antes de otorgarle ese don a las madres, quién sabe si se hubieran producido reñidas votaciones e incluso hasta un empate técnico.
Desde mi experiencia personal creo que nada podrían hacer las balanzas más fieles, para determinar de qué lado pesa más o menos el cariño hacía la prole, sería un discernimiento innecesario y cruel, porque ese amor debe ser, para que surte efecto, un acto compartido a partes iguales.
Dentro del misterioso corazón de un padre se forma, con la llegada del bebé, una pequeña tormenta donde suelen enfrentarse viejos tabúes de un machismo inútil y la ternura paterna que algunos esconden en una absurda pretensión de dureza varonil. Los que logran controlar esos vientos disfrutan a plenitud la paternal misión de ser indispensables; los otros, detrás de su ropaje rígido, aman también, pero sin tantos goces.
La historia está llena de padres amorosos, pero nos es necesario acudir al episodio célebre o a los actos heroicos, lo cotidiano es muestra de lo grande y a nuestro lado andan los protagonistas de millares de historias cargadas de ternura. Ojos gastados vigilando el lecho donde asechan las fiebres; constructores de juguetes que salvan las carencias; cocineros capaces de los platos que hacen regresar los apetitos idos; manos callosas que mecen los columpios y limpian las narices; ojos que lloran mientras secan las pequeñas mejillas en momentos de pena y algarabía incontrolable en ocasión del triunfo.
Pero ser padres, es más, es ver en el retoño el regreso de tus propios sueños y alimentar corazones diminutos; para que, dentro de ellos, cuando el cuerpo sea grande, siempre tenga un espacio la palabra PAPÁ.
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